El arte,
El tiempo,
El silencio. .
Los días de calor,
Lo poco que he leído,
La distancia,
Las conversaciones con los ojos cerrados,⠀⠀
El verde que me rodea en este lugar de retiro,
Los pájaros que componen cada mañana su cantar. .
La sensación en las manos cuando medito,
El cómo me siento en la humedad del entorno,
no me había dado cuenta la forma en que mi sangre fluye en las islas. .
Los desafíos,
Las frustraciones,
El crecimiento,
Las revelaciones.
Quererme, creerme, confiarme. .
Entender los ciclos, mis ciclos,
Florecer de nuevo,
Venir hacia adentro
Y con calma ir hacia afuera.
Ligera como mis huesos,
Con la mente en calma, con el amor a flor de piel. .
Escucharme cuando era pequeña y jugaba en la orilla del lago,
Irme lejos para estar cerquita mío.
Darme tiempo,
Ser millonaria en tiempo,
y no tener nada más que eso. .
Llorar, reírme, hablarme en voz alta.
Buscar ese cálido lugar bajo la sombra de un árbol,
y ser ese árbol para mi también.
Abrirme y cerrarme,
elegirme, moverme, expandirme,
Como un pequeño universo. .
Como la naturaleza, como la misma naturaleza que soy. .
Cuando quiero decir mucho,
La poesía me da la mano,
Porque a veces soy extensa, detallista, interminable.
Sri Lanka- La luz del tren
25 de diciembre
Luego de dejar Nepal, llego a Sri Lanka sintiendo como si ya lo conociera, hay algo familiar aquí. Me pregunto si es quizás que me estoy acostumbrando, o es que me siento tan parte del todo que ya no me asombro. Aunque pudiese sonar algo negativo para mi significa algo muy bonito: he dejado el impacto de la diferencia y he abrazado el camino a ver propio orden en lo que pudiese parecer caos, la belleza en lo desconocido, sin miedo de por medio; Sri Lanka me parece algo bastante natural.
Llego rápidamente a la estación de tren y sin tener nada decidido compro el pasaje a lo más lejos que se que existe, ahí donde las multitudes se disipan entre las olas y la inmensidad del Índico, espero definir donde me bajaré en el tren. Corro, necesito hacer un par de cosas antes de subirme –entre ellas, comprar agua, el calor es intenso aquí- Tengo 7 minutos para hacer todo, el tren sale a las 15.50. No he almorzado, no he tomado agua, me duele la cabeza. Compro una botella, corro, me subo a un tren repleto de gente, tal cual el metro de Santiago en hora punta. Pregunto si este es efectivamente el tren que va a Matara, espero no haberme equivocado e ir hacia el otro lado. Miro a mi alrededor: Es mi segundo encuentro con Sri Lanka. EL primero fue hoy, un poco más temprano, cuando tomé un bus local de una hora y media en vez del que demora 30 minutos. Cada persona que entró en el bus me sonrío. Sri Lanka es un país bello, lleno de gente hermosa conviviendo entre ellos.
En el tren estamos apretados, el aire volvió a ser tibio para mis pulmones, lo agradezco. En el techo del vagón hay ventiladores verde agua que bailan y giran al mismo tiempo para alivianar el aire. Voy de pie, miro hacia el frente y veo una mujer sentada con su hijo al lado. El niño tiene la cabeza apoyada en la ventana y los ojos cerrados, le llega el sol anaranjado de un atardecer incipiente en la cara. Duerme. Hay una bella luz amarilla iluminando la hermosa escena que se presenta ante mis ojos. Empiezo a sentir Sri Lanka en la piel, en los ojos, en el alma.
Después de la primera estación logro sentarme sobre mi mochila cerca de la puerta – que unos minutos antes me di cuenta, va abierta, regalándome continuamente el pasar del paisaje. Verde, casas, personas, mar: un país entero a través de las líneas del tren.
Miro hacia afuera, cierro los ojos, siento el avanzar del tren, sentada sobre mi mochila a 20 centímetros del suelo con el calor nuevamente en el cuerpo y la humedad volviendo a mi piel. Pienso que quizás una muerte dulce sería así: como avanzar a un lugar desconocido sin expectativas pero con una seguridad y tranquilidad secreta de que a uno lo espera un lugar, simplemente un lugar, un espacio, una gota de tiempo en el universo del que no sabemos mucho y no pretendemos abarcar, porque probablemente va a ser mucho mejor de lo que imaginábamos entre las expectativas y las aprensiones.
El tren se detiene y veo subirse a un hombre con su vestimenta religiosa, creo que es musulmán. Lleva una túnica blanca, una barba crecida y un pequeño sombrero recto. Quizás me equivoco en las palabras para describirlo. Lleva dos bolsas grandes con ropa turística, quizás para vender. Pone las bolsas frente a mí, a un poco más de un metro de distancia y se sienta sobre ellas, quedando frente a frente con mi mirada. Lo observo con suavidad, su piel café, sus hermosos ojos oscuros, sus pestañas imponentes. Veo el blanco también en el: su barba, su vestimenta, la luz que lo ilumina. El género que va bajo la túnica de un rosa y menta deslavados.
Se sienta, cierra los ojos, junta las manos apoyando la punta de los dedos con los de la mano opuesta. Me pregunto si está meditando o simplemente está cansado e intenta dormir. Lo observo, cierro los ojos, lo siento. Pienso en sacarle una foto, pero otra vez tengo la sensación de que no me siento cómoda sacando el celular y registrando a una persona de esa manera. No quiero que haya una energía de separación, un evidente “somos diferentes” porque no lo siento así, pero la estética del momento me seduce. Pienso en que quizás me debería haber comprado una cámara, el teléfono tiene una connotación tan distinta.
Lo contemplo en silencio, la luz rosamarillenta le da en la cara. Cierro los ojos y siento el viaje. Luego de unos minutos, no se cuantos, hago esta foto para recordar el momento. No me siento dispuesta a retratar su cara.
Luego de un par de estaciones se baja. Saco mi cuaderno, escribo sentada sobre mi mochila en un tren camino a Matara, en Sri Lanka, un 26 de diciembre del 2018.
Quizás podría dejar de sacar fotos y escribir más. O quizás no. Quién sabe.